viernes, 15 de junio de 2012

Las guerrilleras de las FARC a Rosa Elvira Cely

Por Carolina Trens
Según cuenta la historia, la primera mujer maltratada fue Eva, incluso antes de su creación. Dice la Biblia cristiana que el hombre fue hecho a la perfección, a “imagen y semejanza” divina o sea de Dios. La mujer no. Somos solo parte física, corporal de esa perfección - simples humanas y además, con una rara inclinación al pecado. Dios conoció la ira por culpa de Eva la desobediente, la rebelde, la del pecado y por eso mereció la persecución y la vejación.
Sobre estas premisas religiosas se erigió el mundo de la inquisición que incineró a cientos de miles de mujeres, por atreverse a pensar y peor aún a hablar; hoy esas “brujas” son consideradas científicas, médicas, periodistas, líderes sindicales, guerrilleras, estudiantes, ingenieras, astronautas, presidentas, boxeadoras, matemáticas, atletas, pintoras, músicas, poetas,  etc. Los cambios culturales, a diferencia de los cambios políticos o económicos, duran más que siglos. Y las luchas de las mujeres han sido tan largas como la historia misma de la humanidad.
El terror y la violencia ejercido contra seres humanos siempre ha tenido patrocinadores, artífices, generadores, fundadores y ¡oh casualidad! han tenido en común una ideología, la que hoy denominamos fascismo. La Inquisición se dedicó a culpar, detener, juzgar y condenar a muerte a millones de personas “paganos” y “herejes” por pensar distinto; los nazis de Hitler hicieron lo propio; conocidas son las andanzas de CIA norteamericana, los electroshocks modernos con los que pretenden borrar las mentes y los cuerpos humanos y crearlos de nuevo a su antojo. Luego trasladarlos como política de sometimiento a otros pueblos, los shocks son las guerras, los golpes de estado, atentados terroristas, desastre naturales. Sobre este ablandamiento viene el shock económico, implantación de medidas económicas frente a las cuales no queda fuerza para luchar, pero si alguien que resiste recibe el tercer shock en prisiones como Guantánamo o Abu Ghraib[1]. 
En Colombia los paramilitares se han encarnizado con sus victimas femeninas; lo mismo han hecho sus partners de las Fuerzas Armadas del Estado. El país aún espera justicia por cientos de casos como el del teniente Raúl Muñoz de la Brigada Móvil Cinco del Ejército, quien violó a dos niñas y asesinó a una de ellas  y a sus dos pequeños hermanos. Este es el país de los hornos crematorios y de las motosierras, el país de la “democracia genocida” que tortura, desaparece, asesina, masacra. El país donde miembros del Honorable Congreso aplaudieron de pie y públicamente a paramilitares y narcotraficantes.
Estas atrocidades, como también la terrible muerte de Rosa Elvira Cely, se inscriben en el marco de un régimen político fascista.  
En particular, “Los hombres que no amaban a las mujeres” por lo general obedecen a esa misma ideología fascista. Lo describe magistralmente Stieg Larsson en su famosa novela que lleva ese nombre. Describe el entramado de un enorme fraude financiero internacional, la historia de una rica familia sueca de pasado nazi, donde la protagonista es violada y torturada por el padre y el hermano, quien lleva 40 años secuestrando, violando y asesinando mujeres en el sótano de su mansión. La joven huye a Australia para preservar su vida.
En Colombia miles de mujeres escogen el camino de la lucha armada, unas acosadas por la violencia oficial, otras por circunstancias económicas y en negación total al destino de la prostitución, de la manipulación, de la esclavitud, otras buscando oportunidades de superación académica. En las filas de la insurgencia se cuenta con más del 25% de mujeres combatientes, máxima expresión de conciencia revolucionaria, de generosidad, de valor, de sacrificio frente a la Patria que se construye. En las filas de las FARC las mujeres guerrilleras encuentran hombres que si aman a las mujeres.
En primer lugar porque cada una, al igual que ellos, tiene una trinchera para luchar por sus derechos, un fusil y una casa a cuestas. Por que sus opiniones políticas o militares cuentan lo mismo que las de los hombres a la hora de tomar decisiones. Porque pueden pelear de pie con el fusil apoyado en la cintura, de frente a los “hombres de acero” del ejército del estado. Porque pueden hacer discursos en las plazas públicas, pueden leer, estudiar, trabajar, cantar, bailar, crecer al lado de sus hombres guerrilleros, ser rebeldes y tiernas, maternales con sus compañeros de armas, con sus hijos y su pueblo. Porque los Reglamentos Internos, el Estatuto de las FARC las pone en igualdad de condiciones, con los mismos derechos y deberes.
En la guerrilla se produce la realización plena de una mujer. Es admirable y triste a la vez, como es admirable el tesón de la resistencia del pueblo colombiano frente al terror del estado y como es desoladora la falta de cambios estructurales que requiere el país. La realidad es que la mujer guerrillera se despoja del yugo patriarcal, ella es una combatiente, no es solo la hija de alguien, la hermana, la esposa, la madre. Ella es un ser en si misma, independiente, pensante, libre. No es la costilla de Adán!
Las guerrilleras de las FARC creen en el Dios de Spinoza, el que dice: “Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa. Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti. …. Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te critico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor. … Te he hecho absolutamente libre, no hay premios ni castigos, no hay pecados ni virtudes, nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro. Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno”.
El infierno en Colombia esta garantizado, el cielo se conquista. Y ahí están altivas e invencibles las guerrilleras de las FARC tantas como no las hay en ningún partido político en Colombia, las Policarpas del  presente. A Rosa Elvira, a su madre y a su hija se les lleva en el corazón y en los propósitos de la lucha.


[1] Naomi Klein, La Doctrina del Shock, El auge del capitalismo del desastre